Reproches de una ventana vacía



Suave los labios danzan en algodones de cristal. Sus ojos cerrados escuchan el tintineo de la nieve al caer. Canta para los hielos que detienen nuestros ecos. Suave, suave, danza en esta plaza de cristal. Mueve sus dedos queriendo acompañar una melodía que sólo él escucha en su mente. Que tus cielos arrojen alegría, ven y canta, que el frío de los naúfragos no cabe en este lugar. Aún con la torpeza de sus pies, intenta mecerse en su vieja silla preferida. Su mente distante imagina la ventana, el hielo, la escarcha. Siente que por un momento puede dejar que las arrugas de su frente se relajen, que el pesar de sus orejas sea liviano y que su cabello, casi blanco, se funda con el clima que lo arropa.

La ventana, en cambio, cruje al hincharse con la humedad que la rodea. Sus maderas gruesas la enmarcan y también forman una cruz que la divide en cuatro grandes recuadros empañados, donde apenas se puede vislumbrar un par de niñas delgadas, vestidas con blancos payasitos, tutús y zapatillas de ballet. Las pequeñas bailan, giran suavemente con los ojos cerrados y los abren ocasionalmente para centrarse de nuevo en la ventana que las admira.

Suave los labios giran esperanzados de llegar al distante horizonte del más allá. El pobre viejo suspira profundo y sus labios gruesos vibran con el aire que expulsa. Aunque sus manos frágiles y pasos marcados siempre giren al revés. Siente un cosquilleo en su nariz roja por el frío, abre los ojos con extrema lentitud. No es dulce de miel, es hielo de dulce, hecho con son sus danzas y sus cantares. Tiemblan las manos del hombre al querer ponerse sus gafas y ver con claridad a las niñas que le cantan. Humedecen sus cabezas y te hacen reverencia. ¡Suave, suave, que el viento ya vuela! La silla se mueve pausada, con un ritmo cada vez más lento.

El cristal empañado es golpeado por granizo muy pequeño pero que hace gran estruendo al estrellarse. Suave los labios danzan en algodones de cristal, gira, gira, hasta que nuestros cuerpos no puedan más. El viejo en su mecedora sonríe al ver a las pequeñas niñas perder el control y estrellarse contra el cristal. Danza, danza en esta plaza de cristal, que tus cielos arrojen alegría, ven y canta, que el frío de los naúfragos no cabe en este lugar.

Un niño sacude nuevamente la esfera de cristal. El pobre viejo atrapado vuelve a mecerse en su silla y sus ojos se cierran de nuevo. Las niñas regresan al cielo y vuelven a cantar. Suave, suave, danza en esta plaza de cristal. Golpean la ventana sin pared, caen sobre el viejo adormecido, sobre la plaza y nunca dejan de bailar.


[Cuento escrito para Microficción especulativa, inspirado por el vídeo expuesto en esta entrada #microFS1]

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